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El amor en los tiempos del cólera

Novela clásica desde 1985, en ella presenciamos la larga espera de Florentino Ariza, quien enamorado de Fermina Daza desde muy joven, recuerda su promesa más de medio siglo después, al enterarse que ella ha enviudado.

El finado doctor Juvenal Urbino, antes de morir, dice las últimas palabras a su esposa, y le hace saber “solo Dios sabe cuánto te quise”. Sin duda un triángulo amoroso que sobrepasa los tiempos.


Obra extensa, El amor en los tiempos del cólera cuenta la vida de Florentino Ariza, un amante despechado a quien le rompen el corazón siendo todavía un joven adolescente. La causante de este rechazo es Fermina Daza, bella y acomodada hija de familia que se arrepiente de mantener una intensa correspondencia en la que ambos juran amarse eternamente, pero que acaba por hacer caso a su padre, quien no ve con buenos ojos el inocente noviazgo que mantienen en papel.

El tiempo pasa y al final Daza termina por casarse con el prominente doctor Juvenal Urbino, y mantienen un longevo matrimonio hasta la muerte de este. Al enterarse, Ariza asiste al funeral y presenta sus respetos hacia el finado a la vez que, en la primera oportunidad que tiene de hablar en privado con la viuda, le reitera que ha "esperado esta ocasión durante más de medio siglo, para repetir una vez más el juramento de mi fidelidad eterna y mi amor para siempre".

Es así como inicia una de las más sentidas historias de amor que se han escrito en los últimos años, pues a partir de esta escena, presenciamos la intensa lucha de Florentino, quien a pesar de tenerlo todo en contra, logra hacerse de una buena fortuna a la vez que, sin importar que su aspecto físico no sea el más adecuado, consigue convertirse en un amante consumado, a quien las mujeres adoran, pero con quienes no compromete nada, pues su corazón le pertenece a Fermina, su único y verdadero amor.

Por su parte, ella y el doctor Juvenal se sumergen en un matrimonio con numerosos altibajos, pero en la que también surge un tierno afecto aunque, sin embargo, cuando ya es una mujer madura le surgen algunas dudas respecto a sus sentimientos hacia Florentino. Esto ocurre, en parte, debido a una infidelidad por parte del galeno quien falta a sus votos matrimoniales, en tanto que Fermina siempre se mantiene en su papel de esposa devota.

Cuando muere el doctor, Florentino Ariza inicia un nuevo proceso para reconquistar a Fermina, le manda cartas pero esta vez intenta hacerla olvidar el pasado, reflexionando sobre la vida en general y consiguiendo despertar la curiosidad de la mujer.

Pese a sus reticencias iniciales, por la edad de ambos, Fermina Daza va permitiendo que Florentino Ariza vuelva a entrar en su vida, y ambos se inician en un nuevo viaje donde triunfará el amor, un amor eterno capaz de esperar el momento durante 51 años, 9 meses y 4 días. Dejamos a continuación las primeras páginas de esta excelente obra:

"Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. El doctor Juvenal Urbino lo percibió desde que entró en la casa todavía en penumbras, adonde había acudido de urgencia a ocuparse de un caso que para él había dejado de ser urgente desde hacía muchos años. El refugiado antillano Jeremiah de Saint-Amour, inválido de guerra, fotógrafo de niños y su adversario de ajedrez más compasivo, se había puesto a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro.

Encontró el cadáver cubierto con una manta en el catre de campaña donde había dormido siempre, cerca de un taburete con la cubeta que había servido para vaporizar el veneno. En el suelo, amarrado de la pata del catre, estaba el cuerpo tendido de un gran danés negro de pecho nevado, y junto a él estaban las muletas.

El cuarto sofocante y abigarrado que hacia al mismo tiempo de alcoba y laboratorio, empezaba a iluminarse apenas con el resplandor del amanecer en la ventana abierta, pero era luz bastante para reconocer de inmediato la autoridad de la muerte. Las otras ventanas, así como cualquier resquicio de la habitación, estaban amordazadas con trapos o selladas con cartones negros, y eso aumentaba su densidad opresiva.

Había un mesón atiborrado de frascos y pomos sin rótulos, y dos cubetas de peltre descascarado bajo un foco ordinario cubierto de papel rojo. La tercera cubeta, la del líquido fijador, era la que estaba junto al cadáver. Había revistas y periódicos viejos por todas partes, pilas de negativos en placas de vidrio, muebles rotos, pero todo estaba preservado del polvo por una mano diligente.

Aunque el aire de la ventana habla purificado el ámbito, aún quedaba para quien supiera identificarlo el rescoldo tibio de los amores sin ventura de las almendras amargas. El doctor Juvenal Urbino había pensado más de una vez, sin ánimo premonitorio, que aquel no era un lugar propicio para morir en gracia de Dios. Pero con el tiempo terminó por suponer que su desorden obedecía tal vez a una determinación cifrada de la Divina Providencia.

Un comisario de policía se habla adelantado con un estudiante de medicina muy joven que hacia su práctica forense en el dispensario municipal, y eran ellos quienes habían ventilado la habitación y cubierto el cadáver mientras llegaba el doctor Urbino. Ambos lo saludaron con una solemnidad que esa vez tenía más de condolencia que de veneración, pues nadie ignoraba el grado de su amistad con Jerermah de Saint-Amour.

El maestro eminente estrechó la mano de ambos, como lo hacía desde siempre con cada uno de sus alumnos antes de empezar la clase diana de clínica general, y luego agarró el borde de la manta con las yemas del índice y el pulgar, como si fuera una flor, y descubrió el cadáver palmo a palmo con una parsimonia sacramental.

Estaba desnudo por completo, tieso y torcido, con los ojos abiertos y el cuerpo azul, y como cincuenta años más viejo que la noche anterior. Tenía las pupilas diáfanas, la barba y los cabellos amarillentos, y el vientre atravesado por una cicatriz antigua cosida con nudos de enfardelar.

Su torso y sus brazos tenían una envergadura de galeote por el trabajo de las muletas, pero sus piernas inermes parecían de huérfano. El doctor Juvenal Urbino lo contempló un Instante con el corazón adolorido como muy pocas veces en los largos años de su contienda estéril contra la muerte.

—Pendejo —le dijo—. Ya lo peor había pasado.

Volvió a cubrirlo con la manta y recobró su prestancia académica. En el año anterior habla celebrado los ochenta con un jubileo oficial de tres días, y en el discurso de agradecimiento se resistió una vez más a la tentación de retirarse. Había dicho: ‘Ya me sobrará tiempo para descansar cuando me muera pero esta eventualidad no está todavía en mis proyectos’”.

Con esto Gabriel García Márquez nos ha demostrado que para el amor no hay edad y en esta maravillosa novela podemos corroborarlo desde la perspectiva de sus protagonistas y la intensa historia que viven con tal de amarse.

¿Cuánto tiempo ha durado tu más largo amor?
¿Te identificas con alguno de estos protagonistas?, ¿por qué?
¿Has tenido una experiencia similar?



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