CLUB DE LECTURA

El médico

Vocación es destino, y para Rob J. Cole era muy importante convertirse en médico, a pesar de tenerlo todo en contra, pues siendo un cristiano huérfano y pobre del siglo XI, el único lugar donde podría aprender medicina era Persia, país donde prohibían a los “infieles” conocer avanzadas técnicas.

Una moraleja ejemplar donde la finalidad y la enseñanza máxima es cumplir un deseo por salvar la vida de los demás, anteponiendo la propia existencia. Esta novela, una de las más emotivas del género, nos deja grandes enseñanzas.


Rob J. Cole es un joven inglés que, siendo un niño de nueve años, se convierte en huérfano, por lo que es separado de sus hermanos y vendido a un hombre llamado Henry Croft, un cirujano-barbero que deambula por Inglaterra de pueblo en pueblo montando espectáculos y dedicándose a ejercer como curandero con la finalidad de vender un ungüento milagroso, creación suya.

Es así que Cole se convierte en su aprendiz, y recorre los caminos vendiendo ilusiones, negociando con el supuesto alivio para todos los males, y aprendiendo cuanto puede sobre el complicado arte de sanar verdaderamente.

Por consiguiente, en esta parte resalta el hecho de que Croft no le prodiga al niño mucho cariño, pero sí le proporciona un entorno agradable y protector para que él mismo se desarrolle y tenga clara cuál es su vocación en la vida: convertirse en médico.

Como buena novela histórica, la época en que la trama transcurre resulta vital, por lo que hay que tomar en cuenta lo difícil que resultaba para cualquier persona acudir a un galeno capaz de diagnosticar, y hacer que sus pacientes pudieran sobreponerse a sus enfermedades.

El tiempo pasa y en algún momento de su adolescencia, el curandero muere, lo que provoca que herede su legado: la posibilidad de sanar a las personas con ayuda de su conocimiento. Apesadumbrado por la pérdida, Rob reflexiona acerca de lo poco que sabe en realidad a la hora de intentar curar a sus pacientes, algo que le atormenta.

Entonces acude a la consulta del único médico que conoce para que le acoja como discípulo, un judío el cual no lo acepta aludiendo a razones socio-religiosas, pese a la insistencia del muchacho.

En cambio, lo que sí hace es proporcionarle detalles sobre su propia formación junto al famoso Avicena, en la lejana Persia.

Es a partir de ese momento que el camino de Rob termina por definirse, pues los árabes, los únicos versados en medicina durante la Edad Media, no aceptaban en aquel entonces aprendices cristianos, pues los "infieles" eran considerados personas non gratas en la religión musulmana, en tanto que los judíos sí gozaban la posibilidad de aprender sus técnicas.

No obstante Rob, alguien extraordinario y a quien no le importan tales obstáculos, toma la determinación de hacerse pasar por un judío para llegar a Persia y ser educado por el famoso erudito Avicena. A continuación dejamos las primeras páginas de esta emotiva historia:

"El diablo en Londres
Aunque en su ignorancia Rob J. consideraba un inconveniente verse obligado a permanecer junto a la casa paterna en compañía de sus hermanos y su hermana, esos serían sus últimos instantes seguros de bienaventurada inocencia. Recién entrada la primavera, el sol estaba lo bastante bajo para colar tibios lengüetazos por los aleros del techo de paja, y Rob J. se tumbó en el pórtico de piedra basta de la puerta principal para gozar de su calor.

Una mujer se abría paso sobre la superficie irregular de la calle de los Carpinteros. La vía pública necesitaba reparaciones, al igual que la mayoría de las pequeñas casas de los obreros, descuidadamente levantadas por artesanos especializados que ganaban su sustento erigiendo sólidas moradas para los más ricos y afortunados.

Estaba desgranando una cesta de frescos guisantes, e intentaba no perder de vista a los más pequeños, que quedaban a su cargo cuando mamá salía. William Steward, de seis, y Anne Mary, de cuatro, cavaban en el barro a un lado de la casa y jugaban juegos secretos y risueños. Jonathan Carter, de dieciocho meses, acostado sobre una piel de cordero, ya había comido sus papillas y eructado, y gorjeaba satisfecho. Samuel Edward, de siete años, había dado el esquinazo a Rob J.

El astuto Samuel siempre se las ingeniaba para esfumarse en lugar de compartir el trabajo, y Rob, colérico, estaba pendiente de su regreso.

Abría las legumbres de una en una, y con el pulgar arrancaba los guisantes de la cerosa vaina tal como hacía mamá, sin detenerse al ver que una mujer se acercaba a él en línea recta. Las barillas de su corpiño manchado le alzaban el busto de modo que a veces, cuando se movía, se entreveía un pezón pintado, y su rostro carnoso llamaba la atención por la cantidad de potingues que llevaba. Aunque Rob J. solo tenía nueve años, como niño londinense sabía distinguir a una ramera.

—Ya hemos llegado. ¿Es esta la casa de Nathanael Cole?

Rob J. la observó con rencor porque no era la primera vez que las furcias llamaban a la puerta en busca de su padre.

—¿Quién quiere saberlo? —preguntó bruscamente, contento de que su padre hubiera salido a buscar trabajo y la fulana no lo encontrara; contento de que su madre hubiera salido a entregar bordados y se evitara esa vergüenza.

—Lo necesita su esposa, que me ha enviado.

—¿Qué quiere decir con que lo necesita? Las manos jóvenes y habilidosas dejaron de desgranar guisantes. La prostituta lo observó con frialdad, ya que en su tono y en sus modales había captado la opinión que de ella tenía.

—¿Es tu madre? —Rob J. asintió—. El parto le ha sentado mal. Está en los establos de Egglestan, cerca del muelle de los Charcos. Será mejor que busques a tu padre y se lo digas—añadió la mujer, y se fue.

El chico miró desesperado a su alrededor. —¡Samuel! —gritó, pero, como de costumbre, no se sabía dónde estaba el condenado Samuel, así que Rob recogió a William y a Anne Mary—. Willum, cuida de los pequeños —dijo, abandonó la casa y echó a correr.

Aquellos en cuya cháchara se podía confiar decían que el Año del Señor de 1021, año del octavo embarazo de Agnes Cole, pertenecía a Satán. Se había caracterizado por calamidades para el pueblo y monstruosidades de la naturaleza. El pasado otoño la cosecha se había marchitado en los campos a causa de las fuertes escarchas que congelaron los ríos.

Hubo lluvias como nunca y, debido al rápido deshielo, el Támesis se desbordó y arrastró puentes y hogares. Cayeron estrellas que iluminaron los ventosos cielos invernales y se vio un cometa. En febrero la tierra tembló escandalosamente. Un rayo arrancó la cabeza de un crucifijo, y los hombres dijeron que Cristo y sus santos dormían".


Como podemos ver, esta apasionante novela nos lleva a través del viaje de Rob, que cruzará medio mundo, conocerá multitud de personas y culturas, se enamorará, formará una familia y solventará cada obstáculo con grandes penurias y dificultades, todo esto siempre con el hilo conductor de la medicina.

Y es que la pasión por sanar, guía a Rob en cada momento de su vida, llegando incluso a desafiar las retrógradas convenciones de la época como, por ejemplo, no poder diseccionar cadáveres humanos debido a creencias antiguas, todo con tal de hacer bien a los suyos y a la humanidad, tal como debe ser cualquiera que se precie y tenga el don de curar a las personas a través de sus manos.


¿Qué harías si tuvieras el poder de sanar a los demás?
¿Hasta dónde estarías dispuesto por cumplir este destino?
¿Qué opinas de los sueños de Rob J. Cole y su tenacidad para cumplirlos?



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